Torreón Fortéa. Zaragoza 2017
Lo que dicen los huesos: Fin
“Death is the mother of beauty” dice el personaje de Sunday Morning de Wallace Stevens. La metáfora es poderosa, identifica la muerte a la madre, pero una madre en la que se invierte la función que le es propia y en lugar de deshacer pasa a ser muerte-madre que concibe, engendra y da a luz y es su descendencia la belleza. Cediendo a la potencia de esas palabras, digamos, pues, que es así, que de la muerte, de sus signos, nace la belleza y no parece que sea inapropiado ese punto de partida, sino todo lo contrario, cuando recorremos las piezas de Fin que nos regalan el ingenio y las manos de Miguel Ángel Gil que ponen ante la vista la belleza de los despojos; piezas de impecable factura, de riqueza de significado: arte, belleza.
Por todo lo que en estas obras se nos muestra ha pasado la muerte, o como si hubiera pasado, y nada deja indiferente, todo nos golpea con fuerza, nos habla con esa oscura interrogación que es siempre la de la muerte, oscura interrogación que apunta a una más oscura respuesta, ensayada tantas veces, siempre fallida, interrogación que responde con una interrogación.
Madre de la belleza, la muerte reduce los cuerpos al estado de cadáveres, como se dice, a sus restos, esos que Luca Signorelli pintó en la Catedral de Orvieto emanando de la tierra en el día de la resurrección de la carne y mientras hace que unos vuelvan a la vida en la figura de sus cuerpos, otros son tan solo esqueletos como a la espera de recuperar su integridad.
Huesos que sobreviven a la carne, huesos que en otro tiempo han sido transformados en útiles, cachiporras, puntas de flecha, agujas, huesos tallados como amuletos y objetos de ornamentación, ¿funciones mágicas?, también en la Prehistoria instrumentos musicales y aun en la actualidad, al menos en el caso del bretón Lelgouach, quien en la novela de Raymond Roussel Impresiones de África sufre la amputación de una pierna y pide que le guarden la tibia, hueso que acabó “transformado en flauta curiosamente sonora”, con la que “comenzó una lucrativa carrera interpretando aires de su tierra en los cafés concierto y en los circos”, en lo que es un tratamiento festivo, y artístico, de la mutilación y del despojo que lejos de destinarse al enterramiento se recicla, dándosele a lo muerto nueva vida.
Huesos en sí, estos de Fin, mostrándose en cuanto tales, ya aislados, ya amontonados, presentados de distintos modos, algunos de ellos con ciertos aditamentos, recubiertos unos de una capa tras la que los rasgos se nos muestran espectrales, como salidos de una pesadilla, otros más, huesos que, sin dejar de ser lo que son, se transfiguran en letras para escribir la palabra fin, huesos al fin que trazan en escritura aquello que simbolizan.
Los huesos. Omnipresentes en Fin, remitiendo una y otra vez, dentro de la serie artística, en la que se inscriben en esa modalidad de la naturaleza muerta que es el género barroco de la vanitas, cuyos cuadros insistían en el recordatorio de lo efímero e irrelevante de los bienes terrenales, el mensaje que Cohélet había dejado escrito en el Eclesiastés. Qué importa la riqueza, qué el poder aun en el ámbito de las religiones, qué el saber, qué el goce, qué la vida misma, dicen aquellas pinturas a los soberbios y a los humildes, a los inteligentes y a los necios. La calavera, el símbolo privilegiado de la temática, lo declara insistentemente. A la calavera y a los otros huesos se les oye decir “memento mori”. Allí, la muerte es la madre de la renuncia a la vida por la promesa de otra, se dice, más verdadera. Fin, que remite, como no podría ser de otro modo, a tal género histórico y lo actualiza, lo inserta en nuestro mundo. Fin, pues, es vanitas, pero al mismo tiempo no es vanitas y es que el tiempo es otro, los paradigmas de todo tipo, ideológicos, científicos, culturales, morales, son otros.
Los huesos, además de ser huesos en sí, no pueden dejar de ser la sinécdoque del cuerpo y, por tanto, están ahí para decir que están por los cuerpos, cuerpos que fueron y que la muerte en sus múltiples manifestaciones y el tiempo los han erosionado y los han reducido a una de sus partes, la menos perecedera: los huesos.
Los huesos de Fin ¿qué dicen? Dicen el fin, y sus letras las escriben huesos, dicen la muerte. Los huesos de Fin son los huesos que sacan a la luz los arqueólogos, los de los osarios de las catacumbas, los de las fosas comunes, son los huesos del Holocausto, los que guardan en silencio las cunetas de España por el silencio de la memoria, son los miles y miles de huesos de las víctimas de los jemeres rojos desenterradas en Choeung Ek y tantos otros más. Todos los huesos como resultado de la barbarie que recorre la historia de la humanidad y su presente son ahora los huesos de Fin, todos se proyectan en los que esta colección nos ofrece.
Los huesos de Fin, su presentación. Como si se tratara de una sala de un museo de paleontología, los restos fósiles exhumados, rescatados de su sueño en el magma de la tierra, dispuestos en exhibidores, vitrinas, cajas, alguno con la inscripción de su registro o en la mesa del banquete; su representación, tan viva, tan realista que apunta a lo real, que por momentos se piensa como pura presentación, mundo transmutado en arte. Y es que los huesos de Fin se aparecen como huesos, hallazgos de una excavación, limpiados, estudiados, catalogados y al fin expuestos a la curiosidad, al conocimiento. Provenientes de la vida real, de la vida que interrumpió la muerte, ahí están.
Los huesos… y una rosa. La rosa en cuanto ofrenda floral. Una rosa que es símbolo de la belleza, de la perfección, de lo efímero de la perfección y de la belleza, símbolo de lo efímero sin más. Dice la rosa a quien la mira lo que los poetas vienen repitiendo desde los clásicos: “vive”; así lo escribió Ronsard: “Vivez, si m’en croyez, n’attendez à demain: / Cueillez des aujourd’hui les roses de la vie”. La rosa, la del mundo, la de los poetas, la de Miguel Ángel Gil, se une a los huesos en un coro y su canto ¿nos inclina a la renuncia de la vida?, ¿no nos llama a aceptarla?, ¿a, sabiéndonos mortales, reconocernos como vivos?, ¿a darnos vida antes del fin? Fin dice vida, dice belleza.
Túa Blesa
Universidad de Zaragoza